El pintor
del quattrocento Paulo di Dono, ha pasado a la historia con el sobrenombre
de Ucello, es decir, "Pablo el del los pájaros", una denominación
derivada al decir de Giorgio Vassari por la afición del artista a contemplar
las aves, por su estado de ensimismamiento al observar sus graciosos movimientos
e imprevisibles vuelos. Sus días terminaron, según el famoso
teórico citado, "solo, excéntrico, melancólico y
pobre".
Bien, Pepe Cano, también ama los pájaros y de ellos hace un
emblemático y polisémico símbolo. En esta nueva singladura,
y como es costumbre en él, nos presenta un nuevo ciclo temático,
otras historias inscritas en lo que podría entenderse como persistente
indagación del ser, en su comportamiento y respuestas ante determinadas
situaciones, historias que tienen como protagonistas a pájaros, hombre
y árboles, dentro de una relación metafórica donde la
imagen reiterada de pájaros y jaulas constituyen una constante alegoría
en la mayoría de sus composiciones. Jaulas habitadas, jaulas vacías,
que evocan de manera indirecta cautividad, libertad, pero también posesión.
A través de cortos episodios asistimos a vivencias de unos personajes
individualmente o en pareja que denotan, por su expresión ausente,
actitud de concentración, indiferencia al lugar donde se hallan y con
quien están, absortos en pensamientos o sueños de difícil
cumplimiento. Estáticos, monumentales en su complexión, imágenes
por lo común impregnadas de melancolía y desamparo en su soledad
existencial, aunque en ocasiones la representación refleja sutiles
momentos poéticos y hasta de complacencia, como ese bien trajeado personaje
que descansa sobre fecundas cepas de viñas cargadas de fruto, obra
ésta que parece servir de complemento al sensual desnudo femenino sedente
en robusta rama acompañado de un vigilante búho, símbolo
de sabiduría y felicidad.
Pepe Cano es poseedor de algo tan importante para un artista como es un lenguaje
propio, un estilo que tiene en la figuración y en el modo singular
de representarla su identidad más personal, donde la mirada de esos
grandes ojos hablan y comunican muchas cosas a quienes saben ver. Personajes
solitarios que parecen expresar un deseo perseguido y anhelado, parejas incomunicadas
que se interrogan en silencio sobre un bienestar arbitrariamente negado. Muchas
de estas composiciones poseen un halo fantástico, de onírico
misterio, acentuado por la carencia de referencias ambiéntales, por
los fondos neutros que hacen resaltar la figura en el espacio forzando su
visión exclusiva.
El pintor linense gusta de utilizar en sus obras una técnica esencialmente
compuesta por sabia mezcla de pigmentación, escayola y acrílico,
confiriendo a sus superficies no sólo una atractiva calidad textural
sino un carácter mural, a la manera de frescos, lo cual contribuye
en cierto modo a infundir en los relatos una atemporalidad, como si estuviesen
atrapadas ucrónicamente.
Cuantos se han acercado a la obra de Pepe Cano han subrayado con acierto su
condición narrativa, su voluntad de representar historias cuya secuencia
argumental tiene siempre una coherencia, que en su conjunto nos revela claramente
la intención de su autor. No obstante en la individualidad de cada
"capítulo", es decir del cuadro, hay tanta identidad como
en esos cuentos mínimos donde la extrema concisión del relato
no excluye para nada la intensidad y la belleza.
Pertinentemente
creemos prioritario afirmar taxativamente que Pepe Cano es un pintor personal,
esto es, poseedor de un universo que le identifica y distingue, cualidad esta
inherente a todo verdadero autor. A lo largo de su trayectoria, Cano ha sabido
configurar coherentemente un discurso diverso donde historia y episodios están
presentes, teniendo mayoritariamente su fuente de inspiración tanto
en el ámbito de la literatura profana como religiosa, recuérdese
en este sentido su memorable serie a partir de la lectura de "El Amor
en los tiempos del cólera" de Gabriel García Márquez
o "La vida de Simeón el Loco", de Leoncio de Neápolis,
argumentos que le sirvieron no sólo para efectuar una exégesis
selectiva del relato, sino para crear plásticamente - y esto es lo
más importante - un lenguaje articulado desde una representatividad
singular, dentro de una concepción original que se sitúa entre
lo irónico y la fabulación. Si en un principio ello fue aplicado
desde referencias extraídas del área literaria o hagiográfica
como se ha señalado, paulatinamente el pintor linense, se entrega a
indagar una realidad particular y en ocasiones maravillosa, fruto de una inconsciente
intencionalidad - valga la paradoja - para descubrir y hacer visible un mundo
formado por un rico repertorio de situaciones en las que se hace elocuente
una extraña existencia, expresada en ambivalentes actitudes, gestos
o sentimientos, extraídos de un contexto cotidiano que desde su peculiar
naturaleza adquiere una mágica realidad.
Bien individualmente, bien por parejas, los protagonistas de sus historias,
se nos aparecen como una suerte de imágenes o episodios "congelados",
ubicados en un espacio impreciso, sin alusiones ambientales lo suficientemente
concretas para deducir el lugar, lo que confiere una atmósfera de onírica
ambigüedad, acentuada tanto por el singular acometido de los personajes,
como por el poético ensimismamiento de sus expresiones, en una inmovilidad
silenciosa y de ensoñación que impregna la mayoría de
las escenas. La simétrica composición que rige la colocación
de los protagonistas, siempre representados de cintura para arriba, al modo
de las clásicas "medio figuras", parece justificarse en dirigir
la percepción como si se tratara del encuadre de una ventana, reforzando
con ello la atención del espectador hacia los sucesos que en ellas
aparecen, predilección por los fragmentario que constituye, por otra
parte, uno de los rasgos que mejor definen el modo de representación
de este sutil pintor.
Con la nitidez en el dibujo que le caracteriza, Pepe Cano parece querer ofrecer
un conjunto de instantes privilegiados en los que sus protagonistas, a raíz
de azarosos encuentros, asemejan entregarse a curiosos rituales de ofrendas,
a interferirse con la mirada. Rostros de adolescente juventud y expresión
ausente o reflexiva en algo de arduo desciframiento, ojos llenos de sueños,
en los que es posible la multicolor y luminosa presencia de mariposas que
revolotean alrededor de una mirada complaciente, el registro del deseo de
una fruta por alguien que es observado, la exhibición de destreza del
baile de una peonza sobre la palma de una mano ante escrutadores ojos. Una
diáfana claridad envuelve a los personajes, los cuales parecen recortados
sobre fondos cromáticos de veladas tonalidades, espacios de quietud
que, en ocasiones, se interrumpen por franjas superpuestas en un calculado
ejercicio de contraste con respecto al escenario principal, tal como se aprecia
en una de las composiciones, en la que un frutero se apoya sobre una cenefa
ornamentada de flores a la manera de los papeles pintados de las antiguas
alacenas.
Desde el dominio de los recursos plásticos aplicados a una figuración
de especial entidad, Pepe Cano parece haber querido constatar a través
de esta muestra, su querencia por acceder a una realidad imprevista, dónde
se suceden acciones cruzadas de certezas asombrosas, obras que parecen certificar
con brillantez, el pensamiento que en su día reveló el extraordinario
Odilón Redon al afirmar: " Nada se hace en arte por voluntad sola
. Todo se hace por la sumisión dócil a la venida del inconsciente
".