BERNARDO PALOMO. Crítico de Arte.

 

LA CÓMPLICE MIRADA DE UNA EMOCIÓN

La representación de la realidad es, casi siempre, una caja de sorpresas que puede deparar cualquier inquietante situación. Estamos acostumbrados a contemplar episodios poco edificantes donde la pintura se convierte en testimonio absoluto de virtuosismo y todo queda supeditado a los rigurosos esquemas de la concreción visual. Dicho de una manera menos agresiva, gran parte de la pintura figurativa ha perdido toda emoción. Los hechos representados se diluyen en las hojarascas fáciles de la desvirtuante nitidez imitativa. Todo se reduce a la traslación realista, a unos recursos efectistas que como el viejo Cezanne postulaba sólo levanta la expectación de los imbéciles. Probablemente nos estemos enfrentado a una práctica agotada, donde casi todo está ya inventado, donde el demasiado uso ha secado una reservas que llevaban tiempo anunciando su triste realidad. Tampoco es que los demás argumentos artísticos gocen de demasiada salud. Parece como si estuviésemos inmersos en unos desarrollos cuestionables y fueran necesarios unos abiertos compromisos donde todo el mundo impusiera unas medidas encaminadas a dar sentido a la necesaria nueva identidad artística.
Mientras tanto hay que conformarse con las buenas y distintas argumentaciones que generan frescura a un adormecido panorama. Por eso esta pintura que, ahora, contemplamos puede servirnos de revulsivo, puede posicionarnos en unos horizontes menos abrumados y con claras perspectivas. Pepe Cano vuelve por tercera vez de forma individual a exponer en Jerez. Antes lo había hecho con aquella espléndida colección de piezas que tenían como eje representativo a las camas y a los cobertores; más tarde maravilló con su serie basada en El amor en los tiempos del cólera, la obra de García Márquez. Ahora, cuando el pintor linense ha superado muchas etapas creativas, también la más cruda de haber visto como aquel que siempre había tenido cerca, que había guiado casi todos sus pasos en el arte, el gran animador de sus inquietudes, Manolo Alés, se había ido para siempre, dejando un impresionante vacío, cuando los esquemas de la madurez creativa se han ido definitivamente posicionado dejando asentadas las bases de una realidad pictórica indiscutible y abierta a cualquier buena circunstancia, Pepe Cano nos muestra sus verdaderos testimonios de gran pintor, su fortaleza creativa, sus inquietantes argumentos pictóricos, su lenguaje personal e intransferible, sus formas escuetas y esa jocosa festividad en los tratamientos de un realidad a la que sabiamente extrae sus más esclarecedoras circunstancias.
Estamos ante un Pepe Cano mucho más artista, más intérprete que relator, más creador que narrador, menos ilustrador y mucho mejor pintor. Su pintura ha dado un paso adelante, ha dejado atrás bellos gestos, afortunados momentos, escenas entrañables que forman parte de nuestra íntima emoción, ha sabido romper, sin traumas, con una solvencia que generaba dulces situaciones y se ha adentrado por caminos de mayor riesgo donde la pintura se ha hecho más pintura, donde su espectacular narración de situaciones se ha atemperado en unas formas contenidas, precisas, de justa argumentación pictórica y exacta representación.
La nueva realidad pintada de Pepe Cano mantiene algunos de sus acostumbrados postulados plásticos: esa fácil claridad en posicionar los elementos, el suelto gesto pictórico, el estricto dibujo, la densa pigmentación y esa extraña economía de medios que potencia la expresión al tiempo que parece envejecer una composición claramente atemporal. Pero al mismo tiempo se profundiza en los esquemas significativos, se enfatiza el propio sentido artístico, el concepto representado adquiere una mayor envergadura y se abren las máximas expectativas significativas. El pintor de La Línea acude a un estamento representativo de lo más clásico, el bodegón; pero sabe estructurarlo con modos y medios de profunda modernidad, de particular manifestación y sabiendo posicionar los especiales estamentos de la personalísima pintura de un Pepe Cano, aquí más Pepe Cano que nunca. Junto a estas vivas naturalezas muertas, encontramos una nueva oferta sobre una humanidad que plantea circunstancias tremendamente atractivas. La figura aparece yuxtapuesta a una serie de elementos simbólicos, de ciertas connotaciones metafísicas, donde se circunscribe una ambigua metáfora de la realidad exquisitamente planteada.

La obra de Pepe Cano vuelve a situarnos en los planteamientos de una moderna figuración donde la realidad ha perdido su sentido material, su matiz representativo, para acceder a los segmentos de una poesía pintada donde lo más inmediato adquiere suprema entidad artística. Otra vez estamos ante la cómplice mirada de una emoción. Aquella que se ha eternizado en un bello gesto sabiamente pintado.

SERIE EN BLANCO

PEPE CANO
Galería BENOT
Cádiz

Existen pintores que en las series se encuentran mucho mejor que en cualquier otra situación. A pepe Cano lo hemos visto realizar mucha buena pintura; pero cuando su obra ha alcanzado la cota máxima ha sido en las series. En la retina de todos los buenos aficionados se encuentran grabadas aquellas magníficas obras que ilustraban la galería de episodios y personajes de "El amor en los tiempos del cólera" (Galería El Laberinto) ola importante, jocosa y felicísima de "Sábanas y cobertores" (Sala Pescadería Vieja) o aquella otra - para mí la mejor de todas - "De locuras y santidad" basada en aquellas dos joyas de la hagiografía bizantina de la primera mitad del siglo VII, "El Prado" y "Vida de Simeón el Loco", escritas respectivamente por Juan Mosco y por el obispo chipriota Leoncio de Neápolis (Museo Cruz Herrera) Han sido muchas y muy buenas series de las que de todas guardamos un recuerdo eterno. Además los personajes de Pepe Cano son únicos, tienen un sello personal y marca un antes y un después en la ilustración narrativa de una humanidad presentida y mediata. Sus hombres y niños calvos, de grandes y expresivos ojos llevan tiempo protagonizando la programación continua de la galería Belén. Ahora Pepe Cano vuelve a otro de sus lugares habituales, el espacio de Fali Benot, y lo hace con otra serie afortunada donde el blanco y lo blanco ejerce de maestro de ceremonias para patrocinar una pintura donde sus referencias de siempre se encuentran muy presentes.
La humanidad de Pepe Cano, esos personajes de una simpleza aplastante, alienados por la sociedad que los produce, activos personajes en un entorno, que el autor no pinta pero que se encuentra presente. La muestra nos conduce por una serie de obras de pequeño formato donde Pepe Cano vuelve a situarnos ante unos personajes sencillos, de una realidad aplastante que mantiene intacta la iconografía humana del autor linense y que, de nuevo, insiste en jugosas manifestaciones donde se recrea un mundo sin complejo, acentuando los estigmas de una realidad que Pepe Cano materializa en simples gestos, en expresivas miradas, en mínimas referencias de formas que potencian el valor expresivo y abren unas felices perspectivas donde se desarrolla la determinante y contundente figura que caracteriza la obra de este artista, uno de los más conscientes, personales y atractivos pintores que existen en la provincia de Cádiz.
La exposición de Pepe Cano en Benot mantiene vivas todas las máximas expectativas de este pintor. Una obra de escasos, pero determinantes, recursos plásticos, generadora de actitudes festivas, no exentas de cáustica ironía, desenmascadora de una sociedad compleja, pero simple; una pintura, en definitiva que atrae por el contenido y por el continente y que, de nuevo, nos hace partícipe de una felicísima serie, de esas que Pepe Cano, periódicamente, nos hace gozar y asumir un arte sin excesivos intelectualismos y provocador de cercanos argumentos, plásticos y estéticos.
Un Pepe Cano que llega en plena madurez creativa y dejando constancia de su siempre fresca pintura, llena de solvencia y trascendencia artística.